En la vida real estás regresando a casa a las 7 y 30 de la
noche y sabes por la mirada poco cortés sobre tu escote, que en la mañana
elegiste la blusa equivocada y más cuando no te viste con @esegalan, motivo de
la elección. El teléfono en el bolso y el espacio es demasiado justo, apenas si
se puede respirar. 5 minutos y la pesadilla habrá terminado.
Suspiras, la ropa se te pega al cuerpo. Un sabor grisáceo te
recuerda que ya llevas un buen tiempo sin comer, ni siquiera una chuchería. Las
piernas empiezan a adormecerse y una canción repentinamente se mece entre el
agotamiento y la última vez que pensaste en su perfume, su pulcritud desmedida
y su manera de trinar. La balbuceas, tarareas el coro difuminado inexactamente
por la memoria.
Se abren las puertas, los ojos te sitian, mientras con una
mueca impotente repugnas la mirada de aquellos seres repulsivos. Pero eso no
importa, quieres escuchar la canción de nuevo, quieres creer que @esegalan es
diferente aunque @bestfriend piense lo contrario; “son celos”, te dices a ti
misma aunque él cree que tú aún no lo sabes, pero las chicas siempre lo saben.
El ritmo te lleva sin darte cuenta a la portería. Como de
costumbre no preguntas por la correspondencia. Entras en el ascensor. Quinto
piso. Sacas el teléfono y revisas las notificaciones. Algunas estrellas para
los que se han sabido inspirar en ti y han escrito algo “inteligente”. Sonríes
con el comentario de @laparcera. Se abren las puertas. Mala suerte: el vecinito
que te tiene ganas y hoy más que nunca, no estás de humor para sus horribles
coqueteos. Se acerca sonriendo, con ese alardeo de galán barato. Finges, haces
una llamada: “Quiubo. Ya llegué a la casa. Llámame al apartamento”. Lo miras y
sonríes mientras sigues derecho. Jaque Mate. Acto seguido su imperdible e
idiota cara de póker se queda flotando en medio del corredor.
La fortuna está de tu lado, encuentras las llaves fácilmente
dentro del bolso. Te quitas la chaqueta que cae en medio de la sala, igual que
los zapatos y el bolso. Te sirves un vaso de jugo. Tomas el portátil y te
acomodas en el sofá. Buscas la canción y le subes todo el volumen. Ahora puedes
cantar el coro, piensas en él y te pesa no haberlo visto, pero te pesa aún más
sentirte tan pendeja. Abres tu cuenta y haces tu primer trino. Sonríes por
tercera vez en la noche; un buen augurio probablemente.
Suena otra canción. Vuelves a lo tuyo, a pensar en lo que te
espera el día de mañana: los trabajos, el parcial. Cinco personas marcan como
favorito tu trino. Lo vuelves a leer. Cuando se está enamorada definitivamente se
escriben muchas pendejadas.
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