domingo, 8 de abril de 2012

Llora, si necesitas hacerlo, llora

Su egoísmo era más fuerte que cualquier motivación ajena a su futuro. Corrió a refugiarse en la oscuridad de su cuarto para que nadie la viera llorar. Odiaba que lo hicieran. Dejó además que tristes melodías acompasaran el fluido tibio que baja por sus ojos y nariz. Odiaba tanto llorar y no poder evitar que su rostro pareciera el de una mocosa de 3 años a la que le han arrebatado su juguete. Toda su voluntad y su fortaleza se desvanecieron en un instante de incomprensión, una discusión tonta, un imaginario tejido sobre su vida que todos parecían conocer a la perfección puesto que todos tenían derecho de equivocarse menos ella, porque todos podían tener días malos, menos ella. Ni siquiera llorar se le tenía permitido, no sin un buen rollo de papel a la mano. Se sintió abandonada, acusada por sus temores, enredada en la confusión de sus actos. Sintió que no le quedaba otra alternativa que llorar, así no tuviera el permiso de hacerlo, así no tuviera palabras con las cuales explicar el desasosiego que se hallaba alojado en su garganta y en su pecho. Intentaba buscar dentro de sus recuerdos algo que lograra llenarla de alivio. Pensó de repente que lo mejor era dormir, y huir así, tal vez sólo por unos instantes, pero al fin y al cabo escapar y alejarse momentáneamente de sus delirios, de sus tonterías, de sus cursilerías de niña consentida, de sus rabietas infantiles encerradas en el cuerpo de aquella mujer que yacía sollozante sobre la cama. No había mucho por hacer. Sabía que al día siguiente tendría tiempo para urdir un buen libreto, y así negarse una vez más a sentir, a llorar. 

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